jueves, 22 de julio de 2010

El arbusto

JJ Palomares

En los años más oscuros de mis emociones, escribir versos era la mejor forma de expiar todos los demonios que me agobiaban. El desgarramiento del alma de un simple soñador en tinieblas, un ave taciturna que veía sus alas batidas en una tormenta interna, visceral, nauseabunda y convulsiva. En aquel tiempo el pasado golpeaba como un huracán mi pecho hasta asfixiar; el presente no significaba absolutamente nada y el futuro se presentaba como una horrible maldición milenaria embadurnada de sufrimiento. Las letras, las palabras, los versos, que brotaban de mis dedos, que hervían en mis manos como un puñado de gusanos revolcándose en su asqueroso banquete descargaban toda la furia de la tormenta que estremecía mis nervios, mis sentimientos y mis pensamientos.

Sin embargo, no fueron los poemas, ni en su conjunto, los que lograron condensar todo aquel desgarramiento espiritual que sufría durante aquellos aciagos días. Fue un arbusto pintado por Vincent Van Gogh. Una vez que vi esta pintura, sentí como si estuviera observando materializada mi alma en aquel estado de decaimiento. La aridez del suelo, la soledad, cada línea desgarrando el horizonte como si fuese abriendo profundas grietas en el lienzo sobre el cual Van Gogh, estoy seguro, plasmó también su alma retorciéndose del dolor y la soledad.

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