martes, 25 de noviembre de 2008

Una Vez Más Mumú

J.J. Palomares

Nacía un día hermoso en las altas montañas del sur, el rostro de Rebeca era acariciado dulcemente por la brisa de noviembre al mismo tiempo que los primeros rayos de luz la obligaban a girar la mirada hacia los picos nevados al oeste de la sierra. una sonrisa involuntaria opaca la montaña y un ligero mordisco en la parte interna de ambos labios transporta a Rebeca a la habitación principal de su cabaña, donde Enrique (a quien ella llamaba cariñosamente Mumú) donde Enrique aún dormía boca abajo y abierta sobre el costado derecho de la cama.
Rebeca parada bajo el marco de la puerta totalmente abierta, de brazos cruzados, recostada sobre el hombo izquierdo y apoyando ligeramente la cabeza a la fría madera del marco, contemplaba con los labios aún presionados a su hombre; aquel muchacho de espalda desnuda que la había hecho tan feliz la noche, toda la noche anterior.
Un millon de recuerdos revolotean en el ático de Rebeca, mientras Enrique estira su brazo derecho en busca de algo al otro lado de la cama, tantea como si las sábanas estuvieran mojadas. Rebeca sonríe. De pronto, de entre los labios se escapa un animalito llamado Mumú. Mumú, tal vez querría decir "mi amor". ¡Mumú! exclama Rebeca y suspira profundamente como si quisiera oler el universo entero. Enrique abre los ojos con dificultad, ojos chinos y arrugados que al divisar la silueta de Rebeca se iluminan, una sonrisa se enciende y una serpiente roja humedece sus labios y cara en la almohada de nuevo.
Rebeca con pasos lentos pero juguetones se acerca a la cama y se sienta del mismo lado donde yace Mumú. Mumú, y una vez más Mumú. Un hilo que sale desde su índice dibuja una línea recta en altorelieve desde la nuca de Enrique hasta tres cuartos de desnuda espalda, y siembra un beso en la piel que se eriza apenas los labios apielizan. Ahora deja resbalar ambas manos con delicadeza a lo largo de la espalda de Mumú, mi amor, mumú.
Rebeca adora los fuertes brazos de enrique, y así, con exquisito talento comienza la ceremonia de solemnes caricias. Una imagen se escurre entre las fisuras de la frente de Rebeca que siente la brisa fresca de la mañana ya entrada, mientras en el balcon de la cabaña Rebeca siente el dolor en su índice que ha herido con una astilla del madero de la baranda.
30-12-2006

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